Europa ha reconocido el derecho de los pasajeros a llevar equipaje en cabina sin coste extra. ¿Nos beneficiaremos de esta medida los fanes del universo low cost, o seremos víctimas del encarecimiento de las tarifas regulares?

La Comisión de Peticiones de la Eurocámara acaba de aprobar una resolución para que los pasajeros no tengan que pagar un extra por llevar su equipaje de mano en la cabina de los aviones. El texto, que dice pretender «poner fin a las prácticas abusivas» de las aerolíneas que todavía cobran por esa maletita a bordo, se votará en el Pleno del Parlamento Europeo el mes que viene. De ser aprobado, se convertirá en una norma vinculante para todas las compañías aéreas que operan dentro de Europa. ¿Hosanna en el cielo?

Como diría el neo Jesucristo Superstar de saldo llamado Daniel Sancho, vayamos por partes:

A falta de ajustar detalles (como la armonización del peso y las dimensiones del equipaje), empezamos a preguntarnos si este acto de aparente amor al prójimo (pobre) es una buena noticia, si en el desierto brotarán ríos y si obtendremos con ello el santo grial de la felicidad viajera. En román paladino, si realmente los fanes del universo low cost nos beneficiaremos de esta medida, o más bien estamos siendo víctimas de una campaña populista y el efecto inmediato será el encarecimiento de las tarifas.

Es cierto que las compañías «baratas» son percibidas como el equivalente al villano con motosierra de una película de serie B: un mal que acecha para aprovecharse del cándido viajero a poco que este acepte un mínimo de bienestar extra. O bienestar a secas. Sí, puede que los que necesitemos llevar en la cabina del avión hasta el baúl de la abuela Paca estemos de enhorabuena, pero ¿qué pasa con los pasajeros que se arreglan perfectamente con una muda que cabe en el bolso-mochila pequeño que se mete bajo el asiento delantero? ¿Es justo que también asuman la subida de precios por culpa de los cansinos que sí queremos llevar equipaje de mano? ¿Habrá sitio a bordo para una maleta por cada pasajero?

Algunos piden que se queden las cosas como están y que se ponga el foco en que los operadores cumplan los horarios y den un buen servicio. El que no quiera, aducen, siempre podrá optar por otras compañías, mejores pero más caras.

Los más avispados, gente muy mal pensada, apuntan a que, detrás de esta resolución, se esconden lobbies de las aerolíneas tradicionales, ruinosamente deficitarias, para evitar la brutal competencia que ahora tienen en las de bajo costo, lo que nos llevaría a una nueva pregunta: ¿Existe realmente el low cost? ¿Cómo se consigue abaratar tanto el precio de los vuelos?

Generando ingresos adicionales.

No hay modo de que un viaje en avión se abarate sin recaudar aparte. No solo por el equipaje de marras. A bordo nada es gratis (casi nada). Continuamente se anima (y se presiona) a los pasajeros para que consuman como si no hubiera un mañana. Puede ser un bocadillo de tomate seco o un rasca y gana. El qué es secundario. A esto que se añade la sonrojante circunstancia de que pueden cobrar desde 50 euros por la impresión de una tarjeta de embarque. Tampoco encontraremos lujos, espacio adicional, ni televisores en los respaldos de sus asientos. Asientos muy sencillos que, por otra parte, no se reclinan, ya que son más baratos (tanto de comprar, como de mantener).

Más pistas: Después del 11S, cuando la cosa estaba más que sensible en lo que a viajes en avión se refiere, Ryanair, en un sujétame el cubata de manual, compró al por mayor más de 150 Boeing 737. De saldo, lo que repercutió en sus futuros beneficios económicos. Y no fueron los únicos.

Para seguir rascando, las flotas de estas empresas son jóvenes y, por tanto, todos sus empleados (pilotos, mecánicos, personal de vuelo, etc.) únicamente necesitan formación para esos aviones concretos. Se ahorran exhaustivos cursos y, lo que es aún más valioso, mucho tiempo. Además, el personal suele estar al comienzo de sus carreras, con salarios bajos y realizando todo tipo de funciones, desde señalar las salidas de emergencia a vender lotería.

Finalmente, no todos los aeropuertos (ni todas las terminales) cuestan lo mismo, y ciertas aerolíneas se enfocan en evitar los más caros, sin complejos y sin miedo a desviarse unos kilómetros a la redonda (con R de la low cost en la que todos estamos pensando). Ello implica que la supervivencia de ciertos aeródromos hacia y desde los que vuelan, dependa de estas líneas aéreas que, por tanto, tienen un enorme poder de negociación.

Si nos cobraran el precio real de los vuelos, quizás no nos saldría a cuenta tanto viaje.

De momento, el poco bombo que ha recibido en redes la noticia se ha ido apagando, pero las esquirlas de este debate anuncian futuros fuegos.