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Fatu Hiva, Marquesas Islands

A ti, que sueñas con escapar a los confines del planeta cada vez que tu jefe te sonríe cual psicópata viendo una matanza de cerdos, quizás te interese saber que el edén donde quieres esconderte para no regresar nunca jamás se encuentra en la Polinesia, y que el camino más corto para llegar allí desde Europa requiere, al menos, un vuelo non stop de 24 horas y 12 días a bordo de un buque de pasajeros y carga. Insisto, el camino más corto. A nosotros nos costó siete semanas.

Levamos anclas el 28 de febrero y zarpamos desde la isla Contadora, en el panameño archipiélago de Las Perlas, resueltos a cruzar el océano Pacífico hasta la isla de Nuku Hiva, en Marquesas. Sin duda, es más fácil decirlo que hacerlo pero, como nos dio por publicarlo en el muro de Facebook, ya no había marcha atrás.

Durante los 49 días siguientes, se nos estropeó el piloto automático del barco, el viento apenas nos acompañó y las 4000 millas náuticas que nos separaban de nuestro destino se convirtieron en 4900 de avance lento y trabajoso. A veces, recibíamos alguna llamada por radio de otros navegantes. Los del catamarán Aquafox, que formaba parte de un grupo de unos treinta veleros que daban la vuelta al mundo, todos juntitos, contactaron con nosotros a voleo porque después de diez días en el mar estaban aburridos. ¿Diez días y ya aburridos? Nosotros llevábamos más de cuarenta y contábamos las horas, los minutos, y la travesía era una especie de cuesta arriba.

Como de costumbre, los libros fueron el antídoto contra el aburrimiento. En The World according to Garp, de John Irving, abundaban las mutilaciones. Los personajes perdían ojos, brazos, lenguas y hasta penes. Me pareció una novela magistral. Qué queréis que os diga, soy una romántica. Pero fue el libro Pacific Crossing Notes: A sailor’s guide to the coconut milk run, de Nadine Slavinski y Markus Schweitzer, el que cambió nuestro rumbo y, probablemente, mejoró nuestro destino. Decía: «Fatu Hiva’s Bay of Virgins is one of the most visually dramatic anchorages in the world, where sheer cliffs and eerie rock formations plunge from thousand-foot heights into the sea». ¿Fatu Hiva? Lo miramos en el mapa y se encontraba justo en línea recta desde donde estábamos, así que modificamos el plan inicial, descartando la más lejana Nuku Hiva como puerto de entrada. Peeeero… los vientos alisios, que en teoría te llevan volando a Marquesas, no aparecían. La velocidad a la que viajábamos se reducía hasta una lentitud exasperante en medio de una interminable masa de agua que se confundía con aceite y que se extendía en las cuatro direcciones. La moral empezaba a desplomarse. Cuando ya estaba maldiciendo mi suerte y pesando que por qué no había hecho caso a mi instinto que me decía que estudiara para peluquera, apareció, como un milagro, la costa de Fatu Hiva.

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¡Tierra a la vista!

Lo primero que hicimos fue frotarnos los ojos. Sabíamos que la isla era preciosa, pero no esperábamos esas colosales montañas con forma de cresta de dragón, las cascadas o, un poco más allá, las imponentes columnas de basalto de la bahía que los franceses llamaron Bahía de los Penes (Baie des Verges) porque les parecieron falos gigantes y a cuyo nombre, cuando llegaron los misioneros con su católica religión, añadieron una ‘i’ redentora convirtiéndola en la Baie des Vierges, la Bahía de las Vírgenes. Todavía hoy, el catolicismo está muy arraigado en estos lares. En Fatu Hiva hay una iglesia que todos los domingos se llena de fieles que acuden religiosamente a misa -aunque el cura solo aparece por allí una vez al mes- y la música que cantan es tan increíble que los turistas se acercan solo para escucharlos. Misioneros 1 – Penes 0.

Dragones, salid, ya estamos aquí.

Nada más llegar, unos lugareños sonrientes nos dieron la bienvenida con una bolsa de fruta fresca. Para nuestro asombro, se trataba de un regalo y de un anticipo de lo que nos íbamos a encontrar en Fatu Hiva: generosidad ilimitada. Tras varios días cambiando cuerdas por pomelos, pintaúñas por naranjas, o gafas de sol por cabras, empezamos entender que el dinero ahí no vale, que lo que se estila es el trueque. Coco, papaya, limón, mango, plátano… Todo crece en abundancia.

Con una perpetua sensación de encontrarnos en el decorado de Parque Jurásico, durante las tres semanas siguientes nos adentramos en este universo único, de apenas diez kilómetros de largo, para descubrir que la verdadera magia del paraíso no está en sus atractivos naturales, sino en el corazón de la gente. Apenas tres o cuatro familias viven en este lugar remoto, y dan la bienvenida a sus escasos visitantes compartiendo con profusión y alegría todo, lo mucho, o poco, que tienen. ¿Os he contado que las megamontañas pierden trozos de rocas todo el tiempo y a veces caen encima de sus casas y las destrozan…? Ni así pierden su alegría. Es como si se hubieran caído en una marmita de antidepresivos en su infancia. Su bondad y amabilidad han sido una verdadera inspiración que nos acompañará siempre.

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Continuará

Comments:

  • Rosita

    agosto 26, 2022

    Excelente reportaje de sus experiencias , Aventuras WOW me fascino, love to you all keep safe and SHIP AHOY…..love you guys….💞💞💞

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    • Vagabunding

      agosto 27, 2022

      Rosita, gracias, amiga. ¡Esperamos verte pronto!

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  • agosto 26, 2022

    Querida amiga, nos encanta tu paraíso en el culo del mundo.. Nos surgen algunas preguntas por si nos diera la locura de coger los bártulos e ir para allá. ¿Navegáis a vela o a motor? ¿Fueron 7 semanas del tirón sin tocar puerto? ¿Cuánta gasolina habéis gastado hasta allí? ¿Cómo se organiza la comida para una travesía así? ¿Qué cocináis en el barco? ¿Hay piratas en el Pacífico?… Cuéntanoslo todo, vagabunding. Esperamos con ganas el próximo capítulo 😉

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    • Vagabunding

      agosto 27, 2022

      Hola, Susana. Ale pronto vagabundeará por aquí y resolverá tus dudas… si ella quiere, que la conocemos. ¡Gracias por tu comentario!

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