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Niños contentos al encontrar mando a distancia de la televisión

Un televisor nos hubiese costado menos que cuatro billetes de avión a Dubái.

Llegamos a Dubái hace solo tres días y, sobreponiéndonos al jet lag familiar, ya hemos hecho la turistadas de rigor: visitar el hotel Burj Al Arab, abonarnos a la tortícolis admirando el edificio más alto del mundo, paseo en pareo por playas flipantes y aburrimiento resignado viendo cómo nuestros hijos se divertían en Legoland. De todo eso, y unas cuantas maravillas más que hay por aquí, lo que más gustó a Niño Vagabundo y a Niña Vagabunda fue descubrir cómo funcionaba el mando a distancia de la tele. Un hito.

 

Pero volvamos al famoso hotel vela, el de más de catorce mil euros la suite por noche, donde dicen que SÍ es oro todo lo que reluce y presumen de tener la categoría (inexistente) de siete estrellas. Ese orgullo de musulmanes cuyo nombre, Burj Al Arab, significa “Torre de los árabes”, lo diseñó y construyó, por una cantidad de dinero indecente, un estudio de arquitectura inglés. Tiene forma de embarcación tradicional emiratí, está mirando a la Meca y su decoración fue directamente inspirada del Islam. Y un detalle para la Historia: su planta tiene forma de cruz latina, por lo que, desde el aire, lo que se ve no es la media luna precisamente, sino un gigante símbolo cirstiano, la mayor cruz del mundo árabe (Jajajajiijijaja, sujétame el cubata, Rick Gregory, que vamos a trolear a estos millonetis).

Se puede fotografiar por fuera, pero solo hay una manera de entrar y es siendo cliente, así que reservamos lo único que más o menos nos podíamos permitir entre tanto boato: un té. El té de la tarde, a 125 euros la taza. Nos pusimos guapos como burros y nos plantamos allí con nuestra hoja de papel impresa con la reserva: Afternoon TeaHasta yo sabía lo que significaba.

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Todo era tan lujoso, tan dorado, tan elegante, tan exclusivo, tan bucólico, tan… tan… Desentonábamos, en resumen, pero no nos sentíamos humillados, en todo caso pobres por comparación. Claro que ese desentone se quedó en peccata minuta en comparación con lo que estaba por llegar. Niña Vagabunda se hizo pis en un sofá de terciopelo y oro. Niño Vagabundo quemó con una vela unos papeles, cuyo tufo desterró para siempre el olor a flores del lugar, y entre los dos se liaron a trasquilar unos bonsáis que estaban estratégicamente colocados con gusto exquisito sobre cada mesa. Los dejaron preciosos.

Tomamos el té y los minibocadillos en 10 minutos y nos fuimos a merodear por allí, escuchando con fruición un cuarteto de cuerda que amablemente se pegaba a nuestras orejas en alegre melodía. También intentando colarnos en los ascensores. Después de tres horas de inspección, con nuestra pinta de tener hipoteca, un señor fornido con pinganillo se nos acercó para decirnos algo que, como era en inglés, no entendimos. Nos han pillado, pensé. ¡Yes, yes!, le contesté. A lo loco. El cachas cogió un teléfono y empezó a farfullar en árabe, mientras nosotros nos colocábamos graciosamente en pompa para que nos dieran nuestro merecido.

En un minuto apareció una especie de minicoche parecido a los del golf, con un hombre uniformado al volante. ¿Era un poli? En un inesperado giro de los acontecimientos, Cachas nos explicó que aquello era un coche con su correspondiente chófer. Y que estaban a nuestra disposición. Pero… ¿no nos iban a echar a patadas? ¿Qué clase de burla era aquella? Pudiera ser que, de tanto vernos, nos confudieron con verdaderos clientes del hotel.  Así que tiramos para delante y, poniéndonos tiesos de un salto, le pedimos una vuelta por la isla artificial en forma de palmera. Cada diez metros el hombre tenía que parar para hacernos una foto.

No digo que el un té a 125 euros sea barato, y admitiré que soy gilipollas gastar ese dinero en alguna otra cosa, o muchas, quizás nos habría dado más placer y diversión. Y menos expectativas. ¡Pero qué emocionante fue y qué bien nos lo pasamos!

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Si eres tan zonzo como yo, y aun después de este relato crees que merece la pena disfrutar de la experiencia, puedes reservar en este correo: baarestaurants@jumeirah.com. También tienen otras modalidades de visita, algo más caras, igualmente apetecibles, como su famoso brunch.

 

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