Una foto el primer día, una visita a un hospital el cuarto, un frío comunicado de prensa, una reunión posterior… La implicación de Mohamed VI, rey de Marruecos, en la tragedia tras el terremoto que meneó su país hace poco más de una semana, ha sido tibia
La noche del pasado 8 de septiembre un inesperado temblor de tierra sepultó aldeas y miles de vidas en el Alto Atlas y, para regocijo de la realidad catódica y digital, alcanzó de refilón a ciudades históricas y atestadas de turistas. Diecinueve horas después del desastre, y bastante después de que líderes de otros países expresaran su pesar y ofrecieran apoyo a Marruecos, apareció en la foto Mohamed VI, porte de muñeco de cera y colorida chilaba en ristre, rodeado de altos funcionarios civiles y militares. A su lado, con cara de que con él no iba la película, estaba el príncipe heredero Moulay El-Hassan.Tuvieron que pasar otros tres días de silencio y el rey, comendador de los creyentes, fue inmortalizado en el hospital universitario Mohammed VI de Marrakech, aferrado a los barrotes de algunas camas, intercambiando palabras con enfermos random y dejándose venerar por la madre de un bebé herido, antes de donar sangre.
Las sulfúricas reacciones y comentarios críticos hacia el monarca bon vivant, los recuentos de su fortuna, caricaturas en revistas satíricas, murmuraciones sobre su estado salud y censuras a su indiferencia respecto a la realidad de su pueblo se extendieron por el mundo junto a la onda expansiva de las informaciones sobre el terremoto y sus trágicas consecuencias.
Inmediatamente, el dique de contención a las críticas se levantó con más celeridad que las jaimas donde duermen ahora miles de marroquíes que se han quedado sin casa. “Es alguien que trabaja mucho pero en la sombra”, «Ha organizado la ayuda en los pueblos remotos afectados por la catástrofe”, “Ha creado un fondo solidario de mil millones de dirhams (91 millones de euros) para los afectados”, “Lo más importante es la acción, no la foto”, “Ha impulsado un programa de realojamiento para las personas sin hogar«… La máquina de la diplomacia rápidamente calentó motores y ya marcha a buen ritmo mediático.
Es cierto que Marruecos ha brillado desde la subida al trono de Mohamed VI gracias a la mejora de sus infraestructuras: autopistas, puertos, trenes de alta velocidad, la mayor planta de energía solar del mundo, electrificación de las zonas rurales… En su último informe, el Banco Africano de Desarrollo (BAD) posiciona al país en segundo lugar en cuanto al crecimiento industrial en África, su sector automotriz bate récords de exportación (Mordor Intelligence ha concluido en un estudio que se espera que esta industria crezca 14 mil millones de dólares para 2026) y los turistas occidentales acuden en masa a sus medinas medievales y exóticos riads, con todo el encanto de Oriente Medio, sin sus problemas.
Sin embargo, el otrora imperio jerifiano sigue sumido en las mismas desigualdades que sufren otros países árabes desde hace años, con serios problemas de desempleo, inflación y autoritarismo. Según la ONU, Marruecos es el último país del norte de África y décimo estado del continente en términos de Índice de Desarrollo Humano y el analfabetismo afecta a una cuarta parte de su población, especialmente a las mujeres (datos del Banco Mundial).
La catástrofe sísmica, por otro lado, recordó o destapó que, más allá de los aromáticos y alegres zocos y el dulzor del té con hierbabuena, en Marruecos hay pueblos que viven en la miseria total, donde se construyen, con conocimientos ancestrales, casas de adobe propensas a convertirse en polvo si la tierra sacude el lomo.
Hasta ahora, poco se protesta en territorio marroquí, en parte porque el rey impulsó reformas justo cuando la Primavera Árabe estaba en pleno apogeo, en particular a través de la Constitución de 2011. Libertades que ahora, por cierto, están en declive. Marruecos ocupa el puesto 144 en el ranking de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras.
Se atisban disturbios en el horizonte y el rey es prácticamente invisible.
Según un recuento no oficial, el pasado año Mohamed VI pasó 200 días fuera de Marruecos, de los que tres meses estuvo de vacaciones en Gabón. Sus largas ausencias, sus doce palacios, un séquito de más de un millar de sirvientes, aviones privados, miles de millones de dólares y 600 coches de lujo, amén de su amistad entrañable con los musculosos hermanos Azaitar (vaya tontería el interés que suscita en nosotros la orientación sexual de los demás), alimentan la imagen de un soberano que, básicamente, vive fuera de la realidad de su país y, quizás, de la realidad a secas.
Un rey al que pretenden justificar atribuyendo sus prolongadas estancias en París a problemas cardiacos, cuando más de uno se pregunta si, a tenor de su comportamiento, precisamente de falta de corazón es de lo que el monarca adolece.
Imágenes. Wikimedia Commons.
Aimee Dougherty
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