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Segundo día. Después del primer rezo, y de la dosis diaria de chispas de algunas en el desayuno del riad, llegó uno de los momentos más esperados del viaje: tocaba admirar, tour contratado por internet mediante, las maravillas de La Medina.

Así que, con el canto de los pájaros de fondo mezclado con el desgañite del muecín, nos pusimos los zapatos de fardar (o sea, los incómodos) y nos unimos a un bostezante grupito de españoles que había tenido la misma genial idea.

Mohamed era el nombre de nuestro guía: un musulmán en contra de los tangas y a favor del concubinato, la burka y de educar a los zurdos con la mano izquierda atada a la espalda. Por lo menos, coherente. Y con un conocimiento abrumador de Marrakech, su cultura y su religión. Una cosa no quita la otra.

Empezamos por la Plaza de Jamaa el Fna y, mientras todos escuchábamos atentos las explicaciones de aquel hombre, solo Guille parecía verlas venir.

La mañana avanzaba, y Quina también. Hacia Mohamed.

Dio unos pasos en la dirección apropiada…
…y terminó dando un golpe de guiato.
Con Quina a las riendas, la visita guiada avanzó hacia la Mezquita Koutoubia y, ante las preguntas de los anonadados turistas, siempre respondía con viveza: très jolie. Ante una duda sobre el año de construcción de un palacio: très jolie. A las preguntas sobre las abluciones musulmanas: très jolie. Si alguien tenía un apretón: très jolie. Y todos boquiabiertos.
El tour siguió.
Mohamed sudó la gota gorda. Quina se convirtió en asesora de asuntos islámicos, forjó monólogos, se remangó…

…y, antes de llegar a las Tumbas Saadíes, el grupito de españoles seguía bostezando, pero ya sabia al dedillo los paralelismos entre la cultura bereber y la canaria.

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Terminamos la mañana viendo el Palacio Bahía, la Medersa ben Youssef y los Zocos. Arte en cada rincón, vendedores a porrillo, contradicciones y fascinaciones, mujeres que observan sin ser observadas, burros transportadores, cerámica, especias, cuero, alhajas, lámparas, ciclistas temerarias, telas, colores, olores… hasta una agencia inmobiliaria nos encontramos de camino.

 

 

 


 

 

Finalmente, Quina mandó a Mohamed a que escribiera cien veces: «Nunca volveré a ser tan machista». Mirando a la Meca.

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