Los gallos corrompen la tranquilidad de la madrugada y los hombres se lavan para la oración del Fajr. Disuelta toda impureza, el primer rezo fluye. Transforma.
Telares en marcha. Tiendas de cachivaches. Escaleras abajo, un enjambre de turistas nacidos en el otoño de cielos cenicientos y sin estrellas huye hacia las sombras de la plaza de Uta el-Hammam. Un vendedor de mantas empieza a taladrar. Otro. Y otro. Taladran en todas las lenguas y en todas las direcciones, pero cuentan las monedas con la mirada fija y en árabe.
Viejos con chilabas vuelven el rostro hacia el levante. Recitan su oración del mediodía como un zapato gastado. Su canción, su ruido silencioso. Salat Dhuhur. Entonces asoma la cara el Gernika, mascarón de proa en metamorfosis, y Ana Mari se sienta al timón como una reina, como cualquiera que alguna vez se sentó en un trono. Ana Mari escapó de lo que no es. Y todos los días sus cicatrices se marchitan.
Huele a pan y a café y la sombra de una rama es igual a su longitud cuando toca la tercera oración de la tarde: salat Asr. Un camello entenebrecido manosea un pedrusco en el bolsillo de su pantalón. No es una historia original. Es vieja como el tiempo. Las mujeres se pelean con la ropa sobre las piedras mojadas del río y pasan los hombres maldiciendo el día.
Especias. Fútbol. Vasos de té con menta. A una mosca le llega su hora, la misma hora en que empieza la oración del Maghrib y el ocaso se extiende a su punto de fuga. Fiesta del cordero. Hiyabs orgullosos. Algún Niqab. Y los ojos de Sahalam, que llevan dentro humanidades enteras.
Aúlla el muecín. Cuatro veces Allahu Akbar. Los gatos merodean por caminos sembrados de azul hacia la oración de la noche, salat Ishá, y el pueblo se acurruca en el horizonte, como una historia que comienza junto a la montaña y termina en cualquier parte.
Es la vida la que ruge en Chaouen. No hay suficientes palabras para contarla, pero nosotros, espectadores maravillados de sus ritos cotidianos, la desnudamos en silencio mientras una emoción repentina nos recorre el cuerpo. La primavera ha comenzado.
José La-Cave Rupérez
Por que no me habéis llevado
IBC
¡La próxima vez! En Chaouen los escépticos, o especialmente ellos, acaban sintiendo la magia. Nos hemos enamorado del lugar y sus habitantes