El incidente
“Fascinante, nostálgico y memorable será su tour de un día completo a Kanchanaburi, a 80 millas al oeste de Bangkok. Durante su recorrido se hará una visita a uno de los cementerios de tumbas de los aliados de guerra (a menudo una experiencia emocional) y después al auténtico puente sobre el río Kwai…”
Eso decía un papel que encontramos pegado a una farola, así que… ¿cómo resistirnos? Fuimos a una agencia y un señor sin dientes nos vendió la excursión.
A las seis de la mañana del día siguiente pasaron a recogernos en una minivan donde viajaban también tres coreanas, cinco japoneses y una pareja alemana. Apretados, pero felices, fuimos silbando la cancioncilla de la película las tres horas del trayecto. Tutu, tutú tutú tu túúú…
Y lo vimos todo. El museo de la guerra, los cementerios colectivos, los elefantes currantes, un lago con cascada donde se bañaban familias enteras, los campos de arroz y las plantaciones de piñas y caña de azúcar. Un paisaje impresionante…
…hasta llegar al famoso puente de la película de David Lean (inspirada en una novela, basada a su vez en hechos reales).
Puente sobre el río Kwai. |
El Puente sobre el río Kwai formaba parte de una línea de ferrocarril de más de 400 kilómetros que se construyó en menos de un año, entre 1942 y 1943, para enlazar Bangkok y Rangún en un esfuerzo de apoyo a la ocupación japonesa de la entonces Birmania (ahora Myanmar).
Fue destruido por los estadounidenses en 1945 y se reconstruyó tras la guerra a unos metros de su emplazamiento original, conservando del primero las vigas curvas de su estructura.
Guille a lo Lobo Sentado, sin saber que el tren no pasa por ahí desde 1945. |
Miles de prisioneros y trabajadores murieron en el proceso porque vivían casi en la inanición y sometidos a la brutalidad de sus captores, trabajando desde el amanecer hasta el anochecer.
Para dar emoción al asunto, la guía del grupo, una simpática tailandesa defensora del pacifismo zen, nos animó a hacer una parte del trayecto que otrora recorriera el llamado “Ferrocarril de la Muerte”.
Antes de salir, nos dijo solo dos cosas:
– una: estaba estrictamente prohibido bajarse del tren durante el recorrido
y
– dos: el tramo bordeaba un precipicio, llamado “Desfiladero del Infierno” no por capricho.
El traqueteo y lo que veíamos nos encantaba pero, desde que escuchó lo de la prohibición, Guille no podía disfrutar del viaje, porque solo pensaba en una cosa… quería bajarse un rato del destartalado tren.
Así que, cantando ‘Soy rebelde’ a lo Jeanette, saltó del tren en una breve parada y se puso a hacer fotos cual loco, sin darse cuenta de que el cacharro aquél se ponía otra vez en marcha y de paso lo dejaba atrás, mientras los demás pasajeros le gritaban desde las ventanillas “¡corre, corre!” al menos en cinco idiomas.
Pero Guille no pudo alcanzar el tren, y mientras éste se alejaba él se iba haciendo cada vez más pequeño, como una lentejita al borde del abismo, sin dejar de hacer fotos.
La información del del folleto no mentía: aquello estaba siendo una experiencia bastante emocional.
La información del del folleto no mentía: aquello estaba siendo una experiencia bastante emocional.
La guía, renunciando a su filosofía zen a partir de ese momento, sufrió un ataque de nervios, palabrotas incluidas, y tuvieron que llamar a un médico para atenderla a ella y a una patrulla de la policía turística para el rescate de Guille.
Por la peligrosidad de la zona, el tren no podría dar marcha atrás ni frenar, sólo esperar a llegar a la siguiente estación (media hora de camino) y luego volver a por él. ‘Pray for him’, nos dijeron.
Afortunadamente, no hizo falta, ni rezar ni la intervención policial, porque Guille, además de rebelde, es sociable y andarín, así que caminó y caminó hasta que se encontró a unos lugareños y los convenció para que lo llevaran a la estación y, de paso, que lo invitaran a unas cocacolas. Allí lo encontramos, ya merendado y esperándonos con una sonrisa. La guía tailandesa seguía gritando, probablemente en lenguas muertas.
Volvimos a Bangkok con dos horas de retraso, y por la noche salimos a cenar unos noodles. Y nunca más hablamos del tema.
Vicky
Qué fuerte todavía me estoy recuperando, de todas formas Inma te podías haber bajado del tren para socorrer a Willy jjjjjj yo lo habría hecho con toda seguridad jjjj
tol@is
Pensé en saltar, en plan viuda india hacia la pira funeraria de su difunto, pero luego me acordé de los seguidores de este blog, que tenían que conocer la verdadera historia, y decidí vivir para contarlo…