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Somos como las polillas, vemos una luz y volamos hacia ella.
Un día, sin tener un plan especial, se nos ocurrió montarnos en todos los medios de transporte que vimos.
Cogimos un taxi, un tuctuc, guagua/bus, el skytrain, una moto, tres barcos y un carricoche de helados… y terminamos en un famoso parque tailandés llamado Lumpini (en honor a Lumbini, el lugar de nacimiento de Buda en Nepal), ansiosos por escapar de la contaminación, los atascos y el calor y echarnos a la cara un poco de campo abierto, aire fresco y abuelos practicando tai chi. Pero nos encontramos…
Miles de tiendas de campaña inundaban el parque, familias enteras por alguna causa, gente bañándose en contenedores de basura, barricadas de neumáticos y maromos en todas las entradas evitando el acceso a la policía. Ni rastro de los abuelos del tai chi que vimos en Callejeros Viajeros. Ni un bailarín de de hip-hop que echarnos a la cámara.

Sin querer, nos agenciamos la simpatía de unos paisanos que nos hicieron un resumen de lo que pasaba.
Desde noviembre de 2013, en Tailandia hay multitudinarias protestas que exigen reemplazar al gobierno por un consejo no electo que aborde una reforma del sistema político.
Miles de personas salieron a la calle, las habíamos visto en los telediarios enfrentándose a las fuerzas vivas del estado. A golpe de acampada, algunas de ellas (todavía decenas de miles) concentraron sus fuerzas en el parque Lumpini (donde fuimos buscando la paz y nos topamos con su contrario). Desde allí inician sus manifestaciones en contra de la primera ministra, Yingluck Shinawatra, a quien consideran corrupta. Su hermano, el ex primer ministro Thaksin Shinawatra fue depuesto en un golpe de Estado en 2006. Entonces huyó a la ciudad emiratí de Dubái para evitar una condena de dos años de cárcel por corrupción.
Desde su exilio, Thaksin controla el gobierno tailandés. Estando allí movió hilos para que su hermana introdujera una ley de amnistía que lo librara de la cárcel y le diera la posibilidad de de regresar a Tailandia. Esa opción desató la ira de la oposición y la ley fue aparcada. Sin embargo, las protestas siguieron.
Algunas cosas han pasado desde entonces: el 21 de marzo el Tribunal Constitucional de Tailandia anuló las elecciones legislativas de febrero por considerar que el proceso de votación no se completó en todas las circunscripciones, y ahora el gobierno es interino.
Después de escuchar la historia, nuestras simpatías se instalaron cual garrapatas en perro flaco con los manifestantes, a los que, dos días después, acompañamos en sus protestas, ondeando banderas, sujetando pancartas, gritando proclamas que no entendíamos (¿opai?) y haciendo sonar silbatos por las calles de Bangkok.

Luego quisimos desdramatizar y nos marcamos una tarde de peluquería de barrio y paella de Chatuchak.

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