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Tres cosas de Aurangabad ejercieron sobre nosotros un efecto hipnótico. La primera, la televisión punjabí, con sus sijs pontificando desde el alba con una labia que, sin entenderla, nos engachaba más que cualquiera de los otros 350 canales de la tele del hotel.
Luego, esta señora, de la que no podíamos apartar la mirada y a la que seguimos secretamente porque queríamos saberlo todo sobre ella. Nos dio esquinazo en dos minutos.
Y, especialmente, la Bibi ka Maqbara, o el Taj Mahal pobre.
De todo, fue a este mini Taj Mahal al que dedicamos más tiempo y admiración.
Porque nos identificamos con su espíritu de quieroynopuedo, porque se quedó a medio camino, en sombra, en comparación odiosa y, aun así, es inmensamente bello y, encima, es la representación en piedra de una historia de amor que traspasa culturas y siglos.
Lo construyó el hijo del emperador Aurangzeb, el príncipe Azam Shah, en memoria de su madre Rabia-ul-Daurani, alias Dilras Banu Begum, a finales del siglo 17. Azam era nieto de Mumtaz Mahal, inspiradora del auténtico Taj Mahal, y quería rivalizar con la obra maestra de su abuelo, pero la suya se quedó en una copia low cost.
Azam Shah no disponía ni de la mano de obra cualificada ni de la riqueza de su antecesor (que invirtió 20 años y alrededor de 32 millones de rupias para construir la tumba de su amada en Agra). Tuvo que conformarse con 665.283 míseras rupias y una alternativa más barata al mármol, arenisca y yeso, para terminar la tumba de su madre.

A pesar de su humildad, es un mausoleo espectacular. Puede que no esté cubierto de blanquísimo mármol ni sea una de las obras maestras universalmente más admiradas. Pero, dejando a un lado las comparaciones, sus preciosas tallas, sus imponentes minaretes, la increíble atención al detalle de cada columna, de cada arco y de cada puerta, sus pacíficos jardines y fuentes y su esforzada estructura hacen de él una joya del arte musulmán y justifica su apodo: Dakkhani Taj o Taj del Decán (en el sur de la India).

Además, esta tumba tiene el trasfondo de las montañas rocosas del Decán y un caminito de estilo mogol salpicado de prados, sauces, estanques con fuentes, familias numerosas y gritonas y loros verdes no menos gritones. Es la vida, y no la muerte, la que te sale al paso en este glorioso monumento funerario. Es el deseo de inmortalizar un sentimiento, por otra parte tan mortal, como el amor (en este caso el amor de un hijo hacia su madre).
Solo la cúpula y la base son de mármol en este mini Taj.
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Dentro de la estructura principal descansa la difunta Rabia, en una cámara funeraria octogonal de mármol que se puede ver desde arriba y está cubierta de monedas y billetes que arrojan visitantes en busca de la buena suerte.
El mausoleo está coronado por una cúpula, decorada con diseños florales y paneles enrejados. Es precioso.
Nos despedimos de la Bibi ka Maqbara y de unos monjes tailandeses a los que nos acoplamos en la entrada. Estamos deseando volver.
Para terminar el día decidimos perdernos, para variar, y aparecimos en el barrio rico del muy pobre Aurangabad. Nos dimos cuenta porque las calles tenían aceras y hasta una réplica (también mini) de la Torre Eiffel.
También había por allí musulmanas cubiertas con su hiyab jugando a las maquinitas en un centro comercial y una zapatería con dependientes ¡descalzos!
Pasando de zapatos.
Aprovechamos para cenar y volvimos a nuestro barrio, son sus cabras saltarinas y calles sin asfaltar, donde sentíamos que encajábamos más.

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