¿Quieres que todos tus deseos se cumplan y tener el beneplácito de los dioses? ¿Y deshacerte para siempre de tus pecados? En Bangalore hay un lugar donde conseguirlo. Abierto 24 horas al día los 365 días del año, el Shiv Mandir es un templo sin complejos.
Está consagrado a Shiva, uno de los Trimurthi (la Trinidad compuesta por Brahma, el creador, Vishnu, el protector, y Shiva, el destructor), y su enorme efigie, de cuatro brazos y en postura del loto, te mira desde más de veinte metros de altura y parece que sabe lo que piensas.
Tiene una taquilla en la entrada (¿taquilla?, ¿pero no es un templo?, sí, pero es un templo de pago) en la que por 120 rupias (1 euro son 84 rupias) tienes acceso al cielo. Barato, teniendo en cuenta que el precio incluye bolsa de ofrendas, milagro en el estanque sagrado, solución de problemas por cortesía de Ganesh (el dios elefante), purificación del espíritu y barra libre de bendiciones. Siempre que uno tenga fe.
Inspirado por un sueño, el templo original se inauguró en 1995 y para entrar hay que recorrer un largo pasadizo lleno de carteles como éste, mientras una voz femenina recita un mantra a través de un altavoz. Al final, te lo aprendes: Om namah Shivaya.
Además del Shiva gigante, hay un remedo del río Ganges fluyendo de su pelo mientras el dios medita en un ambiente de paz, serenidad y tranquilidad con los Himalayas (de cartón piedra) de fondo. Se supone que el escenario debería inspirar los mismos sentimientos, además de fe, a los devotos que lo visitan. Aunque cada uno interpreta lo que quiere. Nosotros vimos un ejemplo de cómo, en la India y en Pekín, hasta el más pintado y culto pierde los papeles ante primitivos rituales y supersticiones que nada tienen que ver con el sentido común.
Empezamos el recorrido con la entonación de los 108 diferentes nombres de Shiva mientras depositábamos 108 monedas doradas en 108 cuencos diferentes para llenar nuestras vidas de fe y entusiasmo. Om Namah Shivaya… Om Para meshwaraya namah... Y así 106 veces más.
La cosa se animó cuando llegó el momento de la rotura de coco en el yoni o fuente de la vida (con forma de vagina, por cierto) para pedir buenos augurios.
Rómpete puñetero.
Parece fácil pero es muy difícil. Aunque la señora que iba delante lo cascó como si fuera un huevo, nosotros nos encasquillamos y formamos una cola kilométrica. Cuando terminamos, un Ganesha de casi 10 metros de altura nos esperaba al final de unas escaleritas.
Tuvimos que atar la cuerda naranja pidiendo una gracia junto a las de las miles de personas que, antes que nosotros, hicieron lo propio.
Petición de bendiciones al canto y seguimos a través de un pasadizo de papel maché que imitaba el interior del Himalaya y lugares sagrados como Haridwar, Rishikesh, Badrinath, Kedarnath o Amarnath, donde aparece un lingam (forma fálica que representa la energía creadora masculina) de hielo . Si lo sobas un poco te da sus bendiciones. No era único lingam del recorrido. Al salir del túnel había otro que te limpiaba el espíritu si vertías leche sobre él.
Ya llegando al final, el plato fuerte del celestial menú degustación: un estanque en el que hay que cantar «Om Namah Shivaya» 7 veces y después lanzar una moneda, mientras se piensa un deseo. Luego, se deposita una vela flotante y… ¡adiós pecados!
Moneda, vela y libre de pecado.
Para terminar, y que nunca nos faltara riqueza y prosperidad, dimos unas cuantas vueltas alrededor de las 9 imágenes de los poderes de los 9 planetas que gobiernan nuestro destino, fuego en mano. Si haces el mongui es más divertido.
Y además conoces a gente que te ríe la gracia y que, encima, te explica para que sirven todos esos extraños rituales.
Gracias a esta familia hindú no nos perdimos entre la melena de Shiva.
Lo que todavía no entendemos es por qué las Barbies son las ofrendas favoritas en templos hindúes y budistas. En éste se vendían como rosquillas.