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Llegamos a la estación de trenes de Gwalior con tres horas de antelación, tan destrozados de pasarlo bien que decidimos, hasta que llegara el momento de poner rumbo a Delhi, buscar un sitio para dejar las mochilas y descansar. Nos hacía poca gracia la opción de acomodarnos en el suelo, junto a los sadhúes, mendigos, niños, mujeres de a pie, familias enteras… decenas de personas como nosotros que dormitaban, entre ratas y perros vagabundos, como si nada.

Ya estábamos sopesando la posibilidad de tirarnos a las vías, cuando vimos un cartel donde se leía VIP ROOM, bien clarito: VIP. Así que… escogimos la opción con menos ratas y nos colamos.

Como aquí somos una especie de curiosidad antropológica (continuamente escuchamos los clics de las cámaras de los teléfonos móviles haciendo fotos a nuestro paso), pensamos que igual podíamos aprovechar el tirón del magnetismo exótico y entramos en la sala diciendo, lo primero, namasté. Lo segundo, que éramos españoles y, lo tercero, que nos preguntaran lo que quisieran sobre nuestro país. También, por lo bajini, calculábamos lo que iban a tardar en echarnos a patadas aquellos señores de blanco que habían pagado un pastón por estar allí y que, nos dimos cuenta en seguida, no entendían nada de lo que decíamos. Cinco, cuatro, tres, dos, un… y los señores, camisas y pantalones bien planchados, cortes de pelo caro y gafas con las dos patillas, que parecía que estaban en una reunión de un consejo de ministros ibicenco nos acogieron con simpatía invitándonos a acomodarnos en los sillones más cómodos. Y nos hicimos fotos recíprocamente.

 

Y, por fin, apareció sobre los viejos raíles el tren que nos dejaría, después de toda una noche viajando al lado de un hombre con problemas de aerofagia graves, un pedorro, en Delhi. Durante el viaje estábamos tan cansados que dormimos como angelitos y sin pensar en las numerosas ratas que momentos antes habíamos visto correteando por las vías, encaramándose al tren. Ya en Delhi, parada final, aprovecharemos para visitar el templo sij de Delhi, hacer compras, turismo y balance del viaje. Y llorar.

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