30 horas de viaje de Madrid a Delhi
Hemos comprado tres kilos de fruta para el viaje.
Entramos en el avión a las diez de la noche de ayer, detrás de los miembros de la tripulación, a quienes media hora antes habíamos visto gastarse 200 euros por cabeza en whisky, y llegamos seis horas después a la capital de Uzbekistán, Tashkent. Durante el viaje reparten comida y bebida a mansalva. Guillermo, después de ponerse las botas comiendo durante el último mes porque esperaba perder al menos un kilo por semana (por el olor de esos sitios pobres, decía), se zampó y repitió la comida del avión, sí, la que repartían a mansalva, y dijo que estaba de muerte, sobre todo la mantequilla con pan.
Yo ni me enteré del viaje, no dormí la noche anterior y lo pasé, según Guille, o sea que puede ser mentira, roncando. Delante de nosotros iban un pesado del móvil y una rubia que acabaron ligando. Guille no perdió ripio.
Después de mucho tiempo sentada tengo los dedos de los pies como morcillas.
Nada más llegar aquí son las ocho de la mañana y nos viene un bofetón de calor que nos avisa del vamos a pasar en la India. Los tres kilos de fruta empiezan a pudrirse, pero nos da pena tirarla y decidimos seguir cargándola. Aunque sabemos que pronto acabará en la basura.
El aeropuerto es cutre y nos hacen sentarnos en una entrada… al rato nos recoge una guagua y nos lleva otra vez a la pista. Y de ahí a otra terminal, la más principal, desde donde salen los vuelos a Dubai y Delhi. Nada más entrar nos encontramos con una alfombra enorme para los rezos donde dan ganas de echarse una siestecilla. Seguimos investigando.
Los uzbekos hablan un ruso con acento gallego. En el aeropuerto de Tashkent, además de baños oxidados, hay una tienda duty free (foto) que vende unos magnets que suben el listón de objetos feos del mundo, y un restaurante que huele raro donde nos gastamos cuatro euros en una fanta naranja y en una botella de agua… ¿Cómo puede ser tan caro un sitio tan cutre? Decidimos posponer la hora de la comida. Las moscas revolotean alrededor de dos tíos que hay durmiendo a pie de barra, a los que nos sumamos, y luego vienen otros tres. Dormimos como angelitos, abrazados, pero no entre nosotros, que aquí está mal visto, sino a nuestras mochilas, con la tranquilidad de estar rodeados de policías uzbekistanos que parece que acaban de llegar de una guerra.
Es un aeropuerto enano con dos salitas acondicionadas, una para hombres y otra para mujeres. Vamos a la de mujeres y Guille, que hace como que entiende todo lo que le dicen, pero contesta a todo que no por si acaso, empieza a creer que las mujeres lo miran mal, así que volvemos a la zona de los rezos.
Para entretenernos Guille me enseña a barajar, jugamos al póker y a los chinos, hacemos guerra de sudokus (Guille mira las soluciones y aún así pierde porque lo pone a voleo), miramos el panorama y vemos una película, Carretera Perdida, de David Lynch. Guille se duerme a los tres minutos en un sofá lleno de manchas marrones. La pared del aeropuerto es dorada y las azafatas van con zapatillas de andar por casa. A ver si sale una y le podemos hacer una foto (conseguido).
Qué hambre. Aunque no tanta como para empezar con la fruta, ya caliente. Bocadillito de mantequilla del avión te echo de menos.
Ánimo, sólo llevamos 16 horas de viaje. Dentro de otras 16 estaremos por fin en Delhi.
Comentario de Guille:
Un consejo para ellas: en los baños de Uzbekistán poned los pies en las marcas indicadas en el suelo para dicha función, o correréis el riesgo de mearos los pies. Me han prohibido contar cómo lo he descubierto.
Llegamos a Delhi el domingo 22 de julio. Con Uzbekistan Airways, que es como decir ¡con un par!
Om mani padme hum
Después de muchas horas de viaje pero, por un lado, se me ha hecho corto y, por otro, parece que llevo aquí una eternidad. Nos hemos leído los timos más frecuentes y, aún así, hemos cometido errores. En el aeropuerto nos recogen unos listos, muy simpáticos, en plan te voy a llevar donde me digas y ser también tu amigo.